lunes, 4 de abril de 2011

Quito y puertas

Hasta el centro del mundo que es Quito debe tener un centro, así que caminar por el centro de quito es caminar por el centro del centro, la médula de todo.

Claro que no es fácil llegar en el trole, donde te mueves al son de la marea humana, donde afloran los olores y no queda màs que respirar por la boca, más que nada en horas pico, pero desde que se pasa el banco central todo cambia, y vuelves a los años de la conquista, donde iglesias y casas te hablan de lo indio y lo español, madrastra España, tierra de indios.

Las plazas, más que nada la de san francisco se ve inundada por ratas voladoras que llamamos palomas, que a veces cagan las iglesias, y a veces nos cagan el ánimo, y bueno claro que intentaron matarlas, pero casi terminan envenenando a medio barrio, que viéndolas muertas pensaron que diosito se apiadó de su hambre y les dio pichones para el almuerzo de los guaguas.

En fin volviendo al tema, caminas por el centro del mundo, y las aceras son tan angostas que parece uno se va encima de los autos, pero también vale la pena, porque te das cuenta que hay miles de puertas, cientos de casas, algunas casas con más de cinco puertas , y si quieres saber como pasa el tiempo mira una, en pleno siglo 21 todavía tienen aldabas, de esas pesadas de hierro, que si te remuerdes el dedo te duele toda la semana, y huelen a palo santo y a nostalgia de tiempos mejores, algunas astilladas y las de las esquinas con meado de borracho, pero están ahí vigilantes a todos los que hemos caminado por la cuesta del suspiro, por la calle del cucurucho de San Agustín, por la calle Flores, por donde vivía la Bella Aurora, por sino se acuerdan, la de la leyenda del Toro.

A veces me pregunto de que madera serán esas puertas que a pesar de las polillas, de los golpes de la vida y de tanta gente, del smog, de la lluvia y los soles de quito (todo en un mismo día) siguen ahí, firmes, escondiendo zaguanes de piedra donde a veces es bueno dar un beso, escondiendo tristezas y también siendo la entrada de algún hotel lujoso, de algún presidente, de los feligreses, de los quiteños quiteños, de los chagras que se creen quiteños, esas puertas entrada a los museos, que a las cinco se cierran y se guardan entre sus anchas paredes y sus aldabas de hierro al duende y los fantasmas, que cuando estás en el centro de quito, aun parecen que viven.

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